2 de diciembre de 2007

Testimonio de Viajeros/as: No me llames Turista, que quiero ser viajero

¡Oh Ecuador!, cuantas sensaciones me despierta el nombre de este bello país. Siempre he huido de los viajes tradicionales, esos viajes agresivos con el medio y apoyados en el modelo del turismo capitalista, ajeno al entorno que visita, arrasando por donde pasa, destruyendo, comprando, contaminando y consumiendo productos y lugares maquillados y sin apenas interactuar con las gentes y la cultura del lugar .
He tenido la suerte de viajar bastante y en Ecuador encontré un modelo de viaje ideal para mí. El talante respetuoso del viajero con el medio y los habitantes del lugar, el conocimiento profundo de la cultura y sus gentes, el reparto equilibrado de los beneficios en la zona y un modelo alejado de la caridad paternalista tradicional, me llamaron a iniciar este viaje. En definitiva, un viaje alejado del modelo ocioso, turístico, pero lleno de agasajo y calor humano, de vitalidad sana y de modelos de vida en armonía real y en auténtica calidad de vida.
Más allá de la retórica, queda la dulce sensación de colaborar sin caridad pero con equidad y justicia. Sus gentes nos dan algo impagable y nuestra simbólica aportación económica resuelve y fomenta el desarrollo comunitario armónico a través de procesos formativos y de mejoras en las infraestructuras , a la vez que potencia nuevos empleos y posibilita los recursos sanitarios básicos.
Este viaje nos hace reflexionar sobre nuestro estilo de vida europeo, y los conceptos que con tanta altanería enarbolamos como poseedores del mejor estilo de vida propio de las primeras potencias civilizadas. Ahora relativizo enormemente el significado de palabras tales como desarrollo, calidad de vida, pobreza, comunidad, participación, progreso, relaciones humanas, valores...
Recuerdo que al quinto día de viaje, sentí que ya lo tenía amortizado, a pesar de que me esperaban muchos días igualmente bellos. La imagen de la cabaña dónde pasamos la noche al borde del río, alejados a horas de las poblaciones más cercanas, en medio de una vegetación frondosa, con cascadas que confluían en las aguas tremendamente puras y cuyos fondos enseñaban miles de pepitas que con su brillo chispeante daban el toque de lujo natural que les falta a los hoteles con balneario de artificio y de 5 estrellas. Este escenario se borda con la compañía de nuestros bondadosos guías indígenas compartiendo con nosotros canciones y vivencias en la noche y a la luz de un fuego que servía para cocinar unos peces recién capturados. Ese día, forma parte de mis grandes sensaciones vitales imborrables. Aún hoy, sólo recordar el lugar me genera bienestar y me produce algún que otro suspiro.
Suelo creer que el conocimiento de experiencias tan especiales y escasas como las que contiene este viaje es una señal que nos ofrece la vida a unos pocos/as. De nosotros/as depende: vivirla, difundirla, retrasarla eternamente o dejarla pasar. Yo me siento tremendamente afortunado por haberla vivido y ahora tengo el deber ético de animar a quienes saben, creen o sospechan que pueden existir diferentes formas justas de aproximación a otras realidades y desean adentrarse en ellas.

Ricardo Rivero Pérez – Tenerife ( viajero a Ecuador en 2005 )

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