Si cruzas la línea del Ecuador y vas rumbo al norte, pasas por un desfiladero entre los Andes y dejas atrás las gargantas yermas y ásperas que te acompañaban desde Quito, te hallarás en el borde de una ancha meseta, verde por pastos y campos y punteada por casitas que se hacen más espesas alrededor de las ciudades de Cotacachi, Otavalo e Ibarra.
Si vuelves la mirada hacia oriente, ahí está el volcán Imbabura, el taita Imbabura, el que domina el espacio con su sombrero de nubes. Si miras hacia occidente, tus ojos se encuentran con el volcán Cotacachi, la mama Cotacachi, que además de la gorra, también lleva un vasto chal de nubes sobre sus miembros. Es como si quisiera proteger y esconder a miradas indiscretas algún tesoro.
Si este misterio te llama la curiosidad, entonces dejarás las anchas vías y a través de caminos siempre más humildes, llegarás al otro borde de este grande altiplano, ahí donde empieza a elevarse el volcán. Se asomará como desde un balcón, buscando huecos entre las nubes para su mirada.
Cuando la última neblina se disipa, aparece un rato la tierra: Intag es su nombre, un valle infinito. Infinitas sus caras, infinitas las historias que vivió, vive y vivirá. Infinitos sus habitantes, los que ya pasaron y los de hoy. Infinita porque este valle no termina. A lo sumo, se filtra.
En el norte se filtra hacia las montañas y los bosques del Toisán y de Cayapas, un inmenso territorio de selvas todavía vírgenes, cuyo suelo el ser humano casi nunca ha pisado. La reserva ecológica protege y nutre a Intag. E Intag guarda las puertas de la reserva. Nadie la conoce de verdad: impenetrable por tierra, por el cielo la manta eterna de las nubes la sustrae a la mirada aguda de aviones y satélites.
Hacia el oeste en cambio la tierra, como si se hubiese aburrido de estar plana, se desliza hacia abajo, primero rápidamente, luego con más tranquilidad, hasta acostarse en las costas del océano Pacífico. Todavía la más poderosa dueña de Intag es la naturaleza, la selva subtropical. Los seres humanos han contendido siglos y siglos con esta Señora, dejando el recuerdo, los vestigios de su presencia: los Chipchas, los Yumbos, los Caras, observan mudos la Historia del Valle desde sus petroglifos, desde las tolas, los brazaletes, los anillos y aretes, sean los escondidos bajo tierra o los llevados a la luz y guardados con entrega por los habitantes de hoy.
Ya te estás internando en este valle seductor y desconocido: las montañas y los altiplanos se te muestran, los senderos te permiten ahora, andando o en caballo, explorar densos bosques primarios, rotos por tremendas cascadas, pasar a lo largo de maizales, platanales, filas de pencas, matas de cacao y de café. Te acompañan por todos lados gran variedad de aves, tucanes, gallitos de la peña, quetzales, loras, tangaras, mientras los monos te observan desde la copa de los árboles; el puma y el oso atestiguan su presencia gracias a una huella en el lodo. Baños termales calientes, procedentes de las entrañas de la tierra y cabañas sugestivas y hospitalarias, manejadas por las comunidades, te ofrecerán descanso y tranquilidad. Podrás escuchar cuentos de héroes pasados y presentes, mitos y leyendas, observar reliquias de pueblos extintos o fijarte en el respiro diario de las gentes del Valle.
Y la aventura inesperada no faltará...
Adaptación de la Guía Etnonaturística de Intag de Andrea Rutigliano.
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